Ya iban dos días y mi sirviente no prendía la luz de mi habitación, lo que había causado gran alivio al malestar de mis ojos. Iban dos días, que no podía ver claramente y la situación no parecía mejorar en absoluto. Junto a la aparente ceguera que me estaba llegando, unas extrañas heridas comenzaron a aparecer en mis muslos. Eran grandes y quemaban como el demonio; parecía que el mal fortunio me quería consumir.
Provengo de una familia antigua y numerosa. Mi estirpe se extinguió con el paso de los años y solo el efímero recuerdo de un pasado fructífero y magnificente emanaba en los antiguos cuadros de la casa en la que habito. El desgaste de la fortuna acaudalada por años de explotación a las familias mas pobres del lugar había ido yendo a su fin, causando que el último de su linaje quedara reducido a lo que soy yo en estos entonces.
El único legado que la familia pareció concebir y considerar importante fue esta vieja casona ubicada en los limites de la ciudad. No hay vecinos ni gente cerca en los alrededores. Solo yo y mi sirviente somos los únicos seres en todo el sector colindante, lo que en cierto sentido me parece más acertado para una persona como yo, que no necesita mas personas alrededor.
-¡Sam! Necesito vestirme. Quiero salir al jardín. No hay sol que me pueda molestar.
Sam acudió a mi llamada y con una prisa subnormal me hubo vestido y llevado al jardín. La luz de la luna no dañaba mis ojos y la escena del jardín, brillante bajo la luz plateada del cielo nocturno, daba el mejor escenario para el deleite de lo que quedaba de mi alma. Arboles por doquier, junto a una pileta y el viejo cementerio que guardaba los putrefactos cuerpos de los antepasados, marcaban mi vista nocturna. Nada podía ser mejor.
-Señor, ¿necesita algo mas?- dijo Sam
-No Sam. Puedes retirarte – respondí.
Mi sirviente, con su paso lento y desgarbado por el paso del tiempo, acelero un poco el paso y desapareció entre las cruces del cementerio. Nunca me he preguntado donde duerme Sam (ya que el solo esta en la casona de día) y, ciertamente, no me interesa saberlo. Solo necesito mirar las estrellas.
Millones de cosas han pasado estos años. Aún recuerdo los años de la niñez; los juegos en aquel parque que se ocultaba sinuoso detrás de la antigua casa, de la supuesta bruja; la imagen de bicicletas recorriendo el frondoso bosque; los banquetes en casa de la abuela, junto a toda la familia y, por sobretodo, la recordaba a ella: Crystal.
Ella era la más preciosa y delicada niña que en su vida haya visto. Parecía que su madre habría previsto las maravillas que esa niña poseería, junto a la delicadeza de su alma, y coloco ese nombre en justicia de tal beldad. Crystal era agraciada y todo niño que conoció las delicias de su alma, había caído enamorado de ella. Yo no había sido la excepción.
¡Oh! ¡Que recuerdos, Crystal! Tu vestido con vuelos, tus trenzas de espiga y el rubor de tu cara al danzar al compás de la música de la naturaleza. Tu eras la hija de la madre tierra, el destello del cometa que solo se digna a aparecer cada mil años. Tu eras la luz que iluminaba los oscuros días que rondaban los años de la niñez y solo el agua verdosa de tus ojos era capaz de purificar hasta los mas intrínsecos demonios.
Pero llego el fatal día. El sonido azul del agua. La vertiente asesina. El asecho del terror frente todos los que presenciamos la escena. Crystal caía al abismo de la muerte, acarreada por las fiebres que emanan de las pestilentes fuentes de la plaga. A pesar de las muchas muertes que habían ocurrido, solo la de Crystal parecía tocar el alma de todos las que lo habíamos conocido.
Hermosa criatura de las profundidades abismales, ¿Cuándo la vida se encargo de arrancar el velo de tu respiro? ¿Cuándo Dios, decidió que tu belleza no era digna para este mundo? Quizás el destino quería que el mundo se sumiera en el horror de los días de la muerte, los días en que la oscuridad se esparció sobre el mundo. Las cicatrices permanecerían para siempre.
Que trágica visión me hace recordar la luna. Creo que simplemente la vida no vale un esfuerzo. Todo lo bello tiene que irse de inmediato y nada parece cambiar. El tiempo es frío y cruel y los esfuerzos por hacerlo mejor son solo infértiles intentos de una gloriosa victoria. El pueril terreno de la vida es solo mugre en este vasto y enorme universo. Nada tiene sentido al final. Solo la muerte podrá liberarnos de la agonía del vivir y de las tormentas de lo cotidiano. Solo la muerte y nada más.
Las tumbas cercanas mías se mueven despacio. Creo que la hora de despertar ha llegado.
-¡Sam!, trae la linterna.
Sam se apresura en traer la luz a mis manos. Creo que sabe que lo que ocurrirá en este momento.
-Mantente atrás y espera paciente.
Las criaturas de la noche se levantan de sus tumbas. Hambrientos y dispuestos a devorar todo lo que encuentren a su paso. Sam se acerca y me quita la linterna de las manos
-No niegues que lo deseas. – dijo Sam
Miro a Sam con deleite. Mi sirviente siempre ha sabido mis deseos finales. La luna se vuelve roja, como la luna que se ve en el tiempo de cosecha, mientras siento a los muertos envolverme con su manto de frialdad. Quizás Crystal me espere en algún lugar donde juntos recordemos los antiguos momentos en dónde la fiebre no existía.
Sam me mira por última vez y sonríe mientras desaparece. Mañana no será lo mismo, aseguro que mañana no será lo mismo.
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